lunes, 3 de enero de 2011

Cuento: EL HORNERO

Cuentan que hace muchos, muchísimos años, cuando estas sierras estaban pobladas por indígenas, en medio de un pequeño valle y al amparo de las rocas, se levantaba una choza muy humilde.
En ella vivía junto a su anciano padre, un joven indiecito llamado Jahe.
Jahe era un muchacho apuesto, alegre y, por sobre todas las cosas, muy laborioso.
Diariamente se lo veía trepar por las sierras y remontar los arroyos en busca de los alimentos que pródigamente le proporcionaba la naturaleza. Salvaje, tan salvaje como ahora.
Y una de esas tardes en que regresaba de sus acostumbradas cacerías, Jahe se detuvo a escuchar el canto de un pájaro. Era un canto diferente al de su amigo el jilguero. No se parecía tampoco al de la calandria imitadora. Ni al del churrinche que tantas veces lo saludaba temprano.
¿Quién era entonces ese nuevo músico serrano? Atrapado por la curiosidad, se acerco sigilosamente al lugar de donde provenía el canto, pensando que tal vez seria algún pájaro desconocido; venido de otras tierras. Pero cuando lo descubrió, su sorpresa no tuvo limite. No se trataba de un pájaro, sino que la melodía provenía de la garganta de una bellísima muchacha.
Ipona era su nombre, y desde el día que Jahe conoció a Ipona, todos sus pensamientos fueron para ella.        
 El amor floreció rápidamente y con fuerza incontenible en el corazón de ambos jóvenes. Su felicidad era solamente comparable con la inmensidad que los rodeaba cuando contemplaban el mundo desde Cashuati, la cumbre mas elevada.
Su felicidad era reflejada en el agua de cristal del Hueyque Leufú que descendía viboreando de Catanlil y se deslizaba cantando saltarín junto al Pillahuincó.
Y así, siempre juntos, Ipona y Jahe esperaban dichosos tener lo suficiente para casarse. Claro que, para casarse, Jahe primeramente tendría que hacerse hombre y, según los ritos y las leyes indígenas, únicamente lograban ser hombres aquellos que superaban airosamente las pruebas de fuerza y de destreza a que eran sometidos anualmente todos los muchachos de la tribu.
De manera que nuestro joven enamorado se presento ese año a la competencia. Y con la sonrisa y el canto de Ipona en su mente poco le costo superar las dos primeras pruebas, en las que además resultó como triunfador. Faltaba la última prueba, la mas difícil.
Era habitual que el ganador, además de acreditarse el flamante título de hombre, recibiera un valioso premio. En esa oportunidad el premio seria muy especial y les fue anunciado a los participantes antes de iniciarse esta tercera y ultima prueba; quien pudiera permanecer encerrado durante cinco lunas, totalmente atado con cueros frescos de animales, ese año tendría como premio el honor de casarse con Cauté, la hija del cacique de la tribu.
Jahé era el candidato a ganar. Pero Jahé no quería ganar. Su corazón pertenecía a la bella Ipona.
A medida que el sol contraía los cueros, a medida que los participantes iban abandonando, Jahé que no quería ganar. Tampoco quería abandonar. Y así, gracias a su fortaleza resistió hasta el final.
Cuando los ancianos de la tribu se dirigieron a desatarle los cueros para declararlo vencedor, no lo encontraron allí. Solo había en ese lugar un pájaro de color canela-rojizo, que salió volando, que se fue a pararse a la rama mas alta de un guaribay cercano.
Desde allí emitió su canto, un llanto de soledad que abrió una honda herida en el cielo. El eco de su fuerte grito salto mil veces de ladera en ladera. Fue transportado a través del aire lastimado y llego finalmente a los oídos de otro pájaro que se acerco volando a la alta rama.
Otro pájaro que canto junto a el con la misma voz que la bella Ipona. Y en ese momento, el las ramas mas altas del guaribay se estaba celebrando una extraña boda. La boda para la que Jahé había querido ser hombre. Ipona y Jahé se habían casado tal cual lo habían soñado. Ya no se separarían jamás y siempre cantarían juntos.
Por eso es que las parejitas de horneros una vez que constituyen su hogar, no se separan hasta la muerte y es por eso que los horneritos siempre cantan juntos.

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